papas

Nada hacía suponer que aquel sábado 18 de mayo de 2013 sería una fecha imborrable en nuestras mentes. Sin embargo, sí sabíamos tres cosas que lo harían diferente. La primera era que almorzaríamos en casa de Cristina y Aníbal, muy buenos amigos que nos habían invitado pues celebrarían el cumpleaños de él. La segunda cosa que sabíamos era que habría paella y la paella en casa de Cris era, sencillamente, imperdible. La tercera, sería un sábado tranquilo y de relax.

Por aquella época los sábados, siempre que no hubiesen asuntos pendientes como trámites, pagos, compras o aquellas cosas que crees que se “hacen solas” como cuando vives en casa de tus padres, o sea, muy rara vez, decidíamos arriesgarnos para tomar una difícil decisión y así exponernos a la siempre posibilidad de que llegase el desgraciado domingo por la noche o peor aún, el triste lunes por la mañana y recordemos que algo se venció, que algo no pagamos, que algo se acabó, que algo no compramos. Así es, de vez en cuando decidíamos hacer NADA y el viernes por la noche pactábamos que el sábado sería para nosotros, de marmoteo, desayuno en la cama, pijama hasta tarde, The Big Bang Theory, quizás hasta alguna película y lo mejor de todo –aunque no fuese parte del acuerdo- conversaciones largas y sin pausa, sin nada que temer, sin nada que apremiase.

Eran aproximádamente las nueve y media de la mañana, la casa había sido inundada por la maravillosa fragancia de un exquisito café recién pasado y no era cualquier olor, recuerdo muy claramente que era aquel que nos pone felices a quienes disfrutamos comenzar el día con un sorbo de un buen café colombiano. Y es que hacía solo tres semanas que habíamos regresado de Colombia – Doris aprovechó para visitar a la familia en Medellín mientras yo por trabajo me quedé en Bogotá – y nuestras provisiones, no solo de café por supuesto, sino también de arepas, bocadillo y panelitas permanecían a tope.

La cafetera no era lo único encendido, el televisor también lo estaba pero ni le prestaba atención. Yo no quería levantarme, pero ya era consciente de lo que sucedía a mi alrededor; de hecho, incluso pude oír la ducha en el baño. Sin embargo, a pesar de todo ese movimiento “madrugador”, yo aún tenía la cabeza enterrada en la almohada y apenas con un ojo cerrado y el otro entreabierto, pude ver la silueta de Doris que se asomaba por la puerta del baño y antes de que esta se terminara de abrir, me dijo con una voz inusual en ella, muy tenue y algo temblorosa, no diría que fue un susurro porque también percibí nervios y emoción: “Amor, creo que estoy embarazada ¡Hay dos rayitas! ¡Vas a ser papá!”.

test de embarazo

Yo salté cual resorte, la almohada fue a parar sobre la lámpara de la mesa de noche y me contracturé por la rapidez del movimiento, casi felino diría yo; de hecho, si así me moviera cuando juego tenis, no perdería ni un solo juego y menos mal que no había café ni desayuno en la cama pues seguramente la historia hubiese sido otra. Tras quejarme casi en silencio, dije: “¿Crees? ¿cómo que crees?”. Ella se acercó a mí, me contó de la prueba que había realizado y que no era la primera vez pero que no me había contado para evitar generar presión adicional. Tras oírla mientras estábamos tomados de las manos, solo pude decir: “quiero ver la cajita ¿qué dice la cajita? quiero estar seguro de cómo se interpreta esto”. Sí, se me salió el abogado.

Siempre había pensado en cómo reaccionaría al saber que sería papá, pero en ninguna de mis teorías estaba la de asumir un rol cuestionador, como en efecto ocurrió. Ahora, de lo que estoy absolutamente seguro es que no lo hice por malo ni porque no me alegrara la noticia, sino porque aunque me sorprendió lo que Doris me contaba, no era un escenario imprevisto pues habíamos estado buscándolo, pero el proceso había tomado un tiempo (casi dos años para ser un poco más preciso) y por eso mi incredulidad y necesidad de tener certeza plena del anuncio antes de que la algarabía se instalara.

Revisé las indicaciones de la cajita con mucho detalle y al estar ambos seguros que estábamos frente a la confirmación de lo que habíamos estado buscando por tanto tiempo, nos fundimos en un interminable abrazo. Permanecimos ambos en silencio y con un nudo en la garganta por unos segundos. La sensación de plenitud era indescriptible y quizás por eso no eran necesarias las palabras.

Tan pronto como recobramos la conciencia decidimos no quedarnos así nomás, por ello luego de hacer algunos cálculos, teníamos un rango estimado de la fecha de concepción, pero de inmediato decidimos confirmar la noticia a través de otro método más exacto y científico. Hicimos algunas llamadas a laboratorios, fuimos a uno en Miraflores pero nos ofrecieron el resultado ¡para el lunes! así que lo descartamos, además, que sin confirmación hasta ese día, Doris o yo podríamos haber muerto por la zozobra. Era sábado y ya pasado el mediodía, así que la misión se ponía cuesta arriba. Finalmente, fuimos a una clínica cuyo laboratorio atendía hasta las 6pm, extrajeron sangre suficiente para los análisis y partimos hacia casa de Cris y Aníbal.

Ya con ellos y los demás invitados, fue un tanto extraño sentirse tan inmensamente feliz y no poder compartirlo con nadie, pero ya saben cómo es esto. El primer trimestre implica algunos riesgos y es mejor ser prudente. La pasamos súper bien, ambos nos mirábamos de manera más cómplice que de costumbre y no era para menos. De no haber sido porque la pasamos tan bien aquel día -y que la paella estuvo de campeonato- creo que la espera hubiese sido insoportable. En la clínica nos habían dicho que los resultados estarían a las cuatro y llegamos a las cuatro y cinco. Abrimos el sobre, leímos juntos las conclusiones y estábamos “recontra embarazados”, llevábamos 6 semanas de gestación. De inmediato, llamada internacional, pues teníamos que compartirlo con mis suegros. Luego, visita obligada a casa de mis padres y que comience la celebración: ¡Los Habich Correa serían padres!

En la vida, en mi vida, en la tuya que estás leyendo esto y en la de todo el mundo existen ciertos momentos que se recuerdan con nitidez absoluta. Cada repaso es como si lo estuvieras viviendo una y otra vez, tanto así que hay incluso olores que te transportan a ese episodio. Para mí, este fue uno de esos por muchas razones, pero la más importante, fue que así comenzaríamos a vivir esta etapa tan divina y que aunque nos trae medio locos a veces (sobre todo ahora que Antonia ya empezó a gatear y sus desplazamientos ya no dependen de mí, ni de Doris, sino de lo que su cerebrito le dicte), es un millón de veces más lindo –y también sacrificado- que lo que nos decían nuestros amigos que ya eran padres cuando nosotros aún dormíamos a pierna suelta cualquier sábado por la mañana.